Cualquier argumento a favor de un
enfoque comunicativo de la educación lingüística debe partir de la voluntad de
encontrar respuestas a interrogantes como éstos:
- ¿Para qué enseñamos lengua y literatura?
- ¿Con qué criterios deben seleccionarse los contenidos lingüísticos y literarios?
- ¿Aprenden de veras los alumnos lo que les enseñamos en las aulas?
- ¿Qué debe saber (y saber hacer) un alumno o una alumna para desenvolverse de una manera adecuada en los diferentes contextos comunicativos de su vida personal y social?
Por esta razón, el aprendizaje lingüístico en las
aulas no debe orientarse de forma exclusiva al conocimiento, a menudo
efímero, de los aspectos morfológicos o
sintácticos de una lengua, sino, que ante todo, debe contribuir al dominio de
los usos verbales que las personas utilizan habitualmente como hablantes,
oyentes, lectores y escritores de textos de diversa naturaleza e intención. El
enfoque formal o prescriptivo de la enseñanza de la lengua partía de la idea de
que sólo el conocimiento de las categorías y de las reglas gramaticales de la
lengua haría posible la mejora del uso expresivo de las personas, pero, con la
extensión de la enseñanza obligatoria en las últimas décadas a alumnos y a
alumnas pertenecientes a grupos sociales hasta entonces ajenos a la educación
escolar, se ha comprobado que no basta con un saber gramatical que no es sino
una caricatura de cierta lingüística aplicada, sino que lo que se precisa es
una educación lingüística orientada a la mejora del uso oral y escrito del
alumnado.
Esto es algo tan sensato que no hace falta estar a
la última en didáctica de la lengua para estar de acuerdo, aunque ya se sabe
que el sentido común es el menos común de los sentidos. Por eso Rodolfo Lenz
escribió con ironía hace ya casi un siglo (1912): “Si conocer a fondo la gramática
fuera condición indispensable para ser artista del lenguaje, poeta, escritor,
orador, ¿por qué no son los mejores gramáticos a la vez los más grandes
escritores?”. Y, en la misma dirección, escribiría en 1924 el ilustre erudito
Américo Castro: "La gramática no sirve para enseñar a hablar y escribir
correctamente la lengua propia, lo mismo que el estudio de la fisiología y de
la acústica no enseñan a bailar, o que la mecánica no enseña a montar en
bicicleta. Esto es de tal vulgaridad que avergüenza tener que escribirlo una y
otra vez”.